lunes, 17 de noviembre de 2008
Un puerto para Buenos Aires
Algunos puntos actuales de referencia
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“Se trataba de una ciudad sudamericana y quizás por eso su río era diferente del de las ciudades europeas. Todo lo sudamericano es diferente de lo europeo, cosa que entristece y humilla a los habitantes de ese continente y hasta los lleva a negar esa realidad”
Silvina Bullrich
En Marzo de 1949 la revista “Realidad” publica un análisis que Julio Cortázar realiza sobre el “Adán Buenosayres” de Leopoldo Marechal. “Una gran angustia signa el andar de Adán Buenosayres, y su desconsuelo amoroso es proyección del otro desconsuelo que viene de los orígenes y mira a los destino. Arraigado a fondo en esta Buenos Aires, después de su Maipú de infancia y su Europa de hombre joven, Adán es desde siempre el desarraigado de la perfección, de la unidad, de eso que llaman cielo”
El desconsuelo del que habla Cortazar aparece en cada momento de la vida del protagonista. En un paseo nocturno con sus amigos por el barrio de Saavedra, Adán dirá:
-¡Oigan! ¡Es el canto del Rió!
-¿Qué Rió?- gruñó el de la voz humorística.
-¡El Plata! Declamó Adán exaltado- ¡El Rió epónimo, como diría Ricardo Rojas! ¡Ha erguido su torso venerable sobre las aguas: lleva la frente ceñida de camalotes, y entona una canción de barro, con la boca llena de barro, con las barbas chorreantes de barro!
Se oyó una risoteada en la tiniebla. Pero el de la voz humorística lanzó un juramento brutal.
-¡Estamos fritos!-anunció- ¡Se nos ha mamado el aeda!
Pero Adán insistía:
-El que no ha escuchado la voz del Rió no comprenderá nunca la tristeza de Buenos Aires. ¡Es la tristeza del barro que pide un alma! ¡Es el idioma del Río!
No pudo continuar, porque se le atragantó una ola de llantos”
La tristeza de Adán (que es la de Buenos Aires), como dice Cortazar, no solo surge de una vida de desconciertos en lo individual, sino que está ligada a ese desconsuelo que viene desde los orígenes; es decir de una herencia histórica.
El río epónimo que Marechal adjudica a Ricardo Rojas, fue para este historiador el órgano vital del sistema circulatorio de nuestro país. Que “atrajo las corrientes Atlánticas de la civilización europea y las corrientes continentales de la tradición Americana”, constituyendo, a través de esta doble atracción, nuestra cultura.
Si Alberdi y Sarmiento se peleaban por modelos metodológicos; a la hora de planificar un crecimiento a partir del Rió de la plata y el Riachuelo estaban de acuerdo.
Los ánimos de la época veían en estas aguas turbias el emporio del comercio y de la actividad económico-cultural de la ciudad de Buenos Aires.
Quien estuviera a cargo del Ministerio de hacienda durante la presidencia de Nicolás Avellaneda, Rufino Varela, dirá en sesiones parlamentarias: “Bien poco se necesita para convertir este Riachuelo en centro de nuestro comercio y de nuestras relaciones con el extranjero… Llevado a cavo con la voluntad del hombre y el auxilio de la ciencia, transformaríamos en muy poco tiempo este pequeño rió, que mas tarde habría de ser el Támesis de la provincia de Buenos Aires”
Pero los criollos que desde la época de la colonia eran tirados al río y obligados a desembarcar las mercaderías en las balizas que se extendían frente a la actual plaza de Mayo; que luego debían cargar los bultos en los botes de remo, y una vez en la costa frente al fuerte de la ciudad, transbordar todo a unos carretones tirados a caballo hasta tierra firme, no podían admirar las virtudes del Támesis local.
El mismo gobierno que impulsó las obras para convertir al Riachuelo en un puerto de cabotaje; que celebró con pañuelitos la llegada del buque ingles “Adolph”, y la barca norteamericana Wilhermine en diciembre de 1875, cinco años después confisca los caballos y los carretones para reforzar su caballería. De modo que los “changadores criollos” debieron meter su cuerpo dentro del barro y transportar bultos y pasajeros, uno a uno sobre sus lomos.
Según la ingeniera Martha Mayorano, de quien se puede extraer gran cantidad de datos históricos sobre nuestro puerto, la ya complicada situación de los changueros, que debían luchar contra el oleaje fangoso, se complicaba aún más cuando soplaba “El Pampero”
LA DE CAL Y LA DE ARENA
Estos sentimientos ambiguos hacia nuestro puerto, que por un lado despierta un sueño esperanzador, y por otro, como dice Bullrich, “entristece y humilla” a nuestros habitantes, encuentran un motivo en el lecho del río.
Es un río distinto a los europeos. Y si entona una canción de barro, es porque su lecho está fundamentalmente compuesto por barro, por arcilla y arena. Sobre estos materiales endebles se ha intentado levantar el progreso de la economía, el florecimiento cultural; casi una ironía de su destino.
La ingeniera Mayorano nos cuenta que los barcos que intentaban llegar a nuestra costa, debían eludir al fondo variable pasando el extremo norte del banco de la boca, allí enfilarse con una casa blanca antiquísima de Palermo que servía como única referencia, y luego ingresar por encima del banco de la ciudad.
Las cartas marinas inglesas tenían como referencia de su trayectoria “a white house” y sobre ello escrito “Catalina chanel”. Todo lo demás era un laberinto.
Negar esa realidad, como dice Bullrich, llevó a Rivadavia, en 1821, a importar soluciones de Europa, y tras crear el puesto de “Ingeniero Hidráulico” e “Ingeniero Arquitecto”, encargó a la compañía inglesa Hulled and Co la búsqueda de estos profesionales.
En octubre de 1822, el ingeniero Santiago Bevans llega con tres de sus cinco hijos, y se instala con su mujer en la calle Cangallo 12; un barrio ingles muy nutrido según escribe este ingeniero a sus hijos que han quedado en Londres.
Para que no sufra por la distancia, Rivadavia resolverá que “el ingeniero jefe se distinguirá por el bastón y un bordado en cuello y bocamanga de la casaca, cuyo diseño será dado por el ministerio de gobierno”. Sumado a esto, el sueldo equivalente a 8 esclavas de 25 años y a cinco negros morrudos y medio, según la cotización del día en “La Gaceta de Buenos Aires”.
Bevans no tardará mucho en resignarse al lecho del río.: “es casi cierto que cualquier puerto que queramos formar a Buenos Aires, el resultado será que en poco tiempo se llenará de barro y arena”
MATERIA FECAL
El primer antecedente en la materia se encuentra en un proyecto que el ingeniero Carlos Pellegrini presentó para el saneamiento de este riacho.
Hay que recordar que hasta la epidemia de 1971 el agua era extraída directamente del rió contaminado. Él propuso reemplazar las 200 carretas extractoras, de las cuales muchas quedaban empantanadas pese al esfuerzo de los 4 o 6 bueyes que tiraban de ellas, “construyendo un gran estanque subterráneo (en Balcarce e Hipólito Irigoyen, donde hoy está el ministerio de hacienda), para que una vez clarificada, se distribuyera entre los aguateros, que actuarían como copropietarios de la empresa”
Según este ingeniero durante diez años, “dos botellas de agua, una negra y hedionda y otra clarificada, quedaron en exhibición, sobre la chimenea de la secretaría de Gobierno, sin consecuencias”
Años después, en la manzana comprendida entre las calles Cochabamba, Bolívar, San Juan y Perú, se produce el primer caso de fiebre amarilla que se comenzó a expandir rápidamente hacia el barrio de San Telmo. Recién en ese momento, la Municipalidad de Buenos Aires manda a comprar las primeras máquinas para el tratado del Riachuelo: “la Riachuelo” y la “Emilio Castro”, fabricadas por la empresa inglesa Murrieta y Cia.
A su vez, como ordena el Jefe Supremo de “La creciente”, de Silvina Bullrich, se clausuran todos los cementerios (a excepción de Chacarita)
MADERO O HUERGO
Las ironías de la ciudad hacen que, a pocas cuadras de la ribera, una misma calle tome el nombre de Pedro de Mendoza (quien llamara a nuestro Riachuelo “El Riachuelo de los navíos” y fundara “Santa María de Buenos Aires”), luego Ingeniero Luis A. Huergo (quien comenzara a hacer los primeros proyectos para el puerto) y luego Eduardo Madero (el puerto epónimo)
Huergo nació en la intersección de las Calles Belgrano y Balcarce, a la vuelta del domicilio del presidente Bernardino Rivadavia (defensa 346). Fue senador y diputado Mitrista, diploma numero 1 de la facultad de ciencias exactas, el 6 de junio de 1870, es decir el primer ingeniero argentino. Eduardo Madero era un comerciante exitoso ligado a Londres.
Desde 1860 se enfrentaron sus proyectos por el puerto. Huergo había sido designado para ampliar el canal del Riachuelo y construir allí los primeros bocetos para un puerto. Madero trabajaba como contratista para Hawkshan Son and Bayter, constructores ingleses.
El 20 de abril de 1882, Luis A. Huergo entrega al ministerio del interior su proyecto final para la elaboración de un puerto para Buenos Aires, solicitado por el Ministro de Guerra y Marina Benjamín Victorica. Siguiendo un dato provisto por el presidente Julio Argentino Roca, que anticipaba la inminente presentación de un proyecto elaborado por Eduardo Madero, el ministerio del interior retiene los proyectos de Luis a Huergo, ordenando investigaciones de todo tipo al Departamento de Ingenieros. Pero Madero se retrasaba y el ministerio del interior decide extraviar los planos enviados por Huergo.
Una vez recibidas las propuestas de Eduardo Madero, son aprobadas por el senado en menos de quince días y sin la presencia de los planos necesarios. Un dato curioso para rescatar, es que quien presidió la sesión donde fue aprobado este proyecto, y quien intentó negar las palabras del senador Dávila, que advertía las irregularidades, fue el Dr. Madero: Vicepresidente de la Nación y tío de Eduardo.
El 27 de octubre de 1882, el Poder ejecutivo autoriza la contratación de Eduardo Madero y envía un cuestionario a la comisión de revisión, creada para analizar la viabilidad del proyecto sancionado. Las contestaciones insisten en lo mismo: no hay posibilidad de expresarse sobre el proyecto de Madero, porque no existen ni planos, ni presupuestos, ni planes de la obra que ha sido habilitada.
Los planos recién llegarán dos años después, tras ser realizados por Hawkshan Son and Bayter en Londres. Y serán aceptados en una reunión privada entre los ex presidentes de la República Bartolomé Mitre, Domingo Faustino Sarmiento, Nicolás Avellaneda y firmados por el Vicepresidente de la Nación Francisco Madero.
Huergo dirá: “… Los planos presentados por el señor madero son hechos por un ingeniero de Londres que no conoce el Rió de la Plata y que para formarlos ha tenido la necesidad de valerse de estudios ajenos… Después de todo, la comisión de hacienda no juzga favorablemente del medio propuesto por este señor para la ejecución de esas obras, pues cree preferible que se hagan por el gobierno y no por empresas particulares, que para verificarlas exigen concesiones, garantías y privilegios que establecen forzosamente el monopolio, gravan el erario público y perpetúan el impuesto, lo que no sucede cuando el gobierno es el empresario”
La visión de progreso que proponía Sarmiento, Avellaneda, Mitre y Roca, iba a ser un precedente en los posteriores llamados a licitación que los gobiernos tuvieron arreglados de antemano.
La elección del proyecto Madero fue la elección por una prosupuesta moderna, atractiva, pero inútil para el fin que defendía.
Se construyó a partir de esta el Paseo de Madero
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